V

Respirar sin esperanza - Como todo(s). Aunque el corazón y los pulmones no parecen ser de la misma opinión; ajenos al desánimo generalizado, a pesar del ambiente hostil, siguen adelante, sin cejar en su empeño, con fuerzas renovadas, no pierden la confianza y depositan todas sus esperanzas en el futuro. En las tablas de la ley no escrita del cuerpo está prohibido desesperar; el premio a este esfuerzo inhumano, la recompensa, es una detención súbita de las funciones vitales que no estaba en el plan inicial.

IV

La infelicidad ajena no debería ser una excusa, coartada o pretexto para no ser felices, para apartarse de la felicidad y extender la tristeza, a pesar de que fuerzas poderosas e institucionalizadas trabajan para este fin; del mismo modo, el que está apenado, siempre que consiga apartar de sí las nubes oscuras del resentimiento, lo que menos debería desear es la pesadumbre para los otros, por su propio bien, no puede hacerle feliz la infelicidad de los demás. Al contrario, su única salvación estriba en desear con fervor que sean todo lo felices que no puede ser. Sólo un puñado de hombres felices y libres, por necesidad reducido, capaces de acrecentar su fuerza y convertirse en multitud, pueden aliviar la pesada carga que la humanidad se ha impuesto a sí misma. Feliz es quien no (se) hace infeliz.

III

El ejercicio espiritual de CONSOLIDAR una no personalidad, la frágil consistencia, efímera, de una cabeza que no es sino sueño(s), visión y enigma, puesta en cuestión interminable carente de sustancia y sujeto, requiere la adopción del "quizá" como categoría real de la existencia, indecisión eterna creadora de mundos.

II

La culminación de una cadena de sucesos, los momentos culminantes, álgidos, tienen funestas consecuencias para el deseo. Cuando el deseante quiere, desea con devoción, otra cosa que no sea el propio desear, pierde su naturaleza estelar, queda reducido a una mera coartada, sometido a un fin espúreo. El DESVÍO debe mantener la desviación, mantenerse firme, sin transformarse nunca en una línea recta, con origen, inclinación constante y punto de llegada, ni en una curva suave, dócil, rectificable o, en último extremo, derivable. Ninguna parte es el destino.

I

El anhelo de reconocimiento tiene como punto de partida el desprecio de uno mismo y, en consecuencia, el desprecio, el desdén profundo hacia los demás. El MAL es el BIEN deseado. El deseo como único bien, cualidad oculta e irreconocible, es inmune al mal, siempre y cuando sea el único acontecimiento singular del deseante, vínculo sustancial del sueño y el ser, evasión material desligada de proyectos, fines y recompensas. No hay premio al principio, no puede haberlo al final; el deseo se premia a sí mismo, potencia ciega, impasible, porque no necesita ver ni hacer nada, autocontemplación y goze unidos a la potencia (del) instante, ojos cerrados.

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La espectacularidad de los actos transgresores de la ley, previsibles y evidentes como un velocista que cruza la meta, ocultan el robo y el bandidaje espiritual, las mutilaciones constantes en la vida cotidiana. Cualquiera se convierte en SUJETO, dueño de su identidad y bienes, término a quo y ad quem de falsas relaciones, cuando desarrolla una parte proscrita que padece la acción depredadora y depreda a su vez a los otros, anillo contráctil, asfixiante, que engarza el círculo virtuoso del reconocimiento con el círculo vicioso del resentimiento, núcleo anidado que se intensifica mutuamente, paso a paso, hasta la autodestrucción.