VI

Por difícil que sea la situación, una cabeza no espera nada, no tiene nada que esperar, libre de prescripciones y proscripciones, lo primero que pierde es la esperanza. Como divagante rara, accidental y accidentada, siempre fuera de lugar, no es más que un escapada continua, una vía de escape, un canal de fuga del sujeto y la identidad del yo. La liberación de la historia personal, encadenada al lastre del recuerdo y el remordimiento, y la colectiva, memoria acumulada de un escenario temporal y territorial, evita caer en la trampa, preparada con astucia, de crear una nueva identidad, una falsa identidad (avatar), ya que adolece de las mismas carencias, desventajas e inconvenientes de la llamada identidad real; el peso de esta tarea es contrario a la ligereza y la gracia, hace inclinar el cuerpo hasta que, finalmente, se adopta una postura sumisa, con las rodillas pegadas al suelo. La proscripción de lo proscrito, todos y cada uno de los caminos guiados por el reconocimiento, el rechazo del reconocer como hecho social básico, y la prescripción de lo imprescriptible, implica la necesidad evidente de borrar las huellas, se desvanecen como por arte de magia, a medida que se van trazando, cabeza borradora que graba su propia desaparición, gloria incomunicable, vida de eclipse.