VIII

Es por la mañana, hace frío, una persona cualquiera abre una caja de cartón de colores, manchada de aceite, y coge la hamburguesa que está dentro. Todo seguido, rompe la punta del sobre de ketchup; con desgana, separa las dos mitades del pan, observa su contenido y echa el líquido rojo, viscoso y denso en la carne caliente. Cuando considera que está todo preparado, acerca con sus manos la hamburguesa a sus labios y da un bocado. A su alrededor, infinidad de personas hacen lo mismo. Todas excepto una. Al lado, sentada en un rincón, una chica malvestida intenta dormir y calentarse apoyando sus brazos en la mesa. Es INVISIBLE. El telón de fondo de su sueño es el ruido de los papeles arrugados, mezclado con las mandíbulas que mastican y el hilo musical. Pero SE VE. Las empleadas pasan cada poco rato, con una puntualidad asombrosa, la sacuden: "Aquí no se puede dormir". El tiempo parece calculado, como por instinto, para impedir que el sueño se concilie y provocar la renuncia, el cansancio, y la salida del local, tal cual los agentes del orden con los vagabundos que duermen en los bancos de la calle. La chica, al final, reacciona airada, con las pocas fuerzas que le quedan, está  muy delgada. Tú que sabes, tú que sabes lo que es no comer... tengo frío. Esto no es una escuela, vale, déjame en paz. Vuelve a tumbar la cabeza en la mesa, reconfortada por el tibio calor del recinto. Duerme quizá sin soñar. Los clientes siguen entrando y saliendo, se sientan, comen y se van.