XXI

El cajero automático entona su canción monótona, mezcla de cálculos, lectura de códigos y actualizaciones, entre zumbidos y murmullos eléctricos. De música de fondo, se escuchan unos cantos bastante diferentes, de claro acento balcánico. Una mujer con un pañuelo negro en la cabeza, sentada de rodillas sobre un cartón; a su derecha, un bastón inclinado, a su izquierda, un vaso de plástico con algunas monedas. Está justo delante de la puerta. Al otro lado entona su canción de muerte y súplica. Sólo un cristal separa los dos mundos, pero es como si hubiera un abismo entre el interior y el exterior, cada vez de mayores proporciones. No hay nada a ocultar; todo es visible, la transparencia es total. La voz es el único testigo de un desarreglo profundo en el corazón de la ciudad. Debería escucharse.