XVI

Según los imperativos de la representación dominante, los problemas personales de la vida deben solucionarse en otra parte a medida que se generan; la cadena de montaje del resentimiento, el desprecio y la agresividad larvada va unida a un circuito de reconocimiento que antes que apaciguar los malos instintos aumenta su acumulación, estimula con cada entrega una mayor producción. El interior asfixiante, insoportable, se ha de ventilar afuera, a modo de caravana del desánimo en la que la impotencia pasa de unos a otros, sin recibir jamás solución ni debilitarse, al contrario, se fortalece e intensifica. La mayor parte de lo que se denomina cultura y creatividad, los productos culturales, no son más que una descarga de resentimiento que busca consuelo, alivio, en algún tipo de reconocimiento. El jardín del arte está lleno de flores en apariencia frágiles y delicadas, aunque en realidad venenosas y mortales por contacto; los individuos desengañados de su propia existencia quieren ser algo y alguien en la vida de otros, el vacío interior, la nulidad, busca la compensación en la aceptación exterior. El camino elegido no podía ser más erróneo; la histérica reivindicación del yo, el derecho que cree tener el sujeto sufriente de recibir algo a cambio, acaba en la negación, en la necesaria vulgarización e igualación donde todo el mundo será reconocido en mayor o menos escala. Como todos será reconocido, y sólo como tal, cada nuevo intento sólo aumentará el odio a los otros, por no darle lo que se merece, y el desprecio a sí mismo. El yo será cada vez menos yo, en una carrera inacabable contra uno mismo, llena de obstáculos, humillaciones y concesiones. El dolor se pagará con sufrimiento adicional, es el pago, el salario de un sujeto que cuanto más sufre más cree que debe recibir y exige, de forma disimulada, o sin ambajes, el cobro de su deuda, el importe de su dolor acumulado, el capital del odio. Se lo merece; el mundo entero debe tomar nota de que está en deuda, reclamación furiosa de un deudor en un universo infinito de deudores y morosos del resentimiento. Nunca antes habían habido tan pocos "personajes", tan escasas singularidades; nunca tantos habían querido ser "personalidades" reconocidas, alcanzar una posición de éxito en el vasto terreno de la cultura digitalizada. Esta agónica exaltación del yo no es más que el síntoma de su completa desaparición, una espiral de vacío creciente que explotará como todas las burbujas, y dará inicio a la Gran Nada.