IV

La infelicidad ajena no debería ser una excusa, coartada o pretexto para no ser felices, para apartarse de la felicidad y extender la tristeza, a pesar de que fuerzas poderosas e institucionalizadas trabajan para este fin; del mismo modo, el que está apenado, siempre que consiga apartar de sí las nubes oscuras del resentimiento, lo que menos debería desear es la pesadumbre para los otros, por su propio bien, no puede hacerle feliz la infelicidad de los demás. Al contrario, su única salvación estriba en desear con fervor que sean todo lo felices que no puede ser. Sólo un puñado de hombres felices y libres, por necesidad reducido, capaces de acrecentar su fuerza y convertirse en multitud, pueden aliviar la pesada carga que la humanidad se ha impuesto a sí misma. Feliz es quien no (se) hace infeliz.